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Minientrada

Un viejo libro sin hojas dobladas.

Un pequeño intento, espero que les agrade… a los que cuando pueden me leen

Había llegado al pueblo en la madrugada, cruzando por un corredor de basaltos que daba paso a los campos cafeteros, simétricos e interminables, el aire se le hizo más frío y no volvió a sentir la brisa que se condensa en el Valle, No había nadie en la estación cuando el bus arribó. Cruzó las baldosas de la salida cuarteadas por la presión de la hierba. Digiriéndose a un puesto de comidas protegido bajo la sombra de un par de almendros donde una señora ponía cuidadosamente el carbón en el asador. Pidió un café negro sin azúcar y de su maleta sacó unas galletas integrales, era lo único que consideraba un desayuno.

Se dirigió directamente a la librería, mientras simultáneamente sacaba uno de sus cigarrillos del bolsillo. Tocó la puerta, mientras esperaba algún llamado. Al minuto de esperar, sacó el encendedor, besó la punta del filtro de un cigarrillo y la aferró al lado derecho de sus labios. Unas cuantas veces presionó el sistema de chispa del encendedor sin éxito alguno. Volvió a tocar a la puerta así tal vez la suerte del momento le cambiaba. Había escuchado muchos ruidos en ese momento, el de los pájaros, el de siete campanazos, pero solo se percató del sonido de la motoneta hasta que esta se detuvo al lado de él.

-Buen día ¿que se le ofrece?- preguntó una chica,

-Buen día. Soy Robert, el asesor de la editorial.-

-¡Ah claro! No lo esperaba tan temprano, mi nombre es Paula. – interrumpió ella.

-Soy quien respondía sus cartas. Es un gusto por fin conocerle, como verá esto… estamos muy interesados en su copia inédita del Fantasma de Canterville.- mencionó Robert terminando la frase oportunamente con una sonrisa que irónicamente ocultaba cierta felicidad a cambió de formalidad.

-Venga entremos, veo que no es muy bueno con el frío de la mañana- Se bajó de la motoneta sonriente y paso hábilmente a encontrar la supuesta llave de miles que parecía llevar en un mismo llavero, fue la precisa cuando la cerradura cedió. El ruido de la puerta de metal al abrirse se escuchó por toda la calle, algunos perros vagabundos despertaron.

La librería parecía más una vieja biblioteca privada. Se fijó en los primeros libros apilados en el estante, habían libros de literatura latinoamericana: Maria, El Tunél, El coronel no tiene quien le escriba, El Aleph, Pedro Páramo, ¿Tortilla Flat? Los demás libros invernaban en estantes de madera que llegaban del suelo hasta el techo y recorrían hasta algunos pasillos que aun no sabia donde iban a dar. La cantidad de libros no llegaba a llenar el espacio de todos los estantes sin embargo más libros vivían en esa librería que personas en todo el pueblo.

-¿Puedes dar una ojeadita mientras preparo café? el frío no es tan agradable sin su sabor y su temperatura en el estomago.- Mencionó ella cuyo cabello ahora le parecía un poco más claro a Robert. Siempre se distraía con esos pequeños detalles y aun más cuando lo hacían sentir agradable, su amor por el café o tal vez toda la correspondencia que había recibido de ella y que había entretenido sus tardes de una manera distinta, aun si fuese sido discutiendo sobre ejemplares de libros. Ella se marchó tarareando una canción, él alcanzó a capturar algunas palabras <<Picture yourself…>> Después de verla perderse por una puerta Robert desvió la mirada para mantener la discreción, marchó entre los estantes deseando tener muchos mas ojos para captar todos los libros que ahí habían.

Después de cruzar uno de los pasillos que tenia libros para niños, los reconoció por los grandes dibujos que componían sus portadas, vio El árbol rojo y Donde viven los monstruos. A veces sentía osadamente que había más arte en sus portadas que en muchos cuadros que vio en galerías de arte de la ciudad. Al terminar con esa meditación se dio cuenta que estaba en un pasillo sin salida, al caminar hasta el fondo sintió que ese era el lugar más recóndito del pueblo, y hasta en un momento pudo ser del mundo. Donde tres libros componían la sección de literatura rusa y uno de ellos equivocadamente era un libro de Bukowski. Una de sus manos descansó en la madera de la gran repisa de libros que se empezó a erosionar al contacto de sus dedos, su otra mano reposó en su bolsillo esperando a encontrarse rápidamente con sus sentenciados cigarrillos. Era una postura de ironía que combinaba perfectamente su intento de hallar otras pequeños detalles para conservar el recuerdo de visita a la librería de Belén.

-Hola de nuevo- era como si hubiese seguido el rastro que habían dejado sus miradas en los libros -Mira el café demorará pero aquí esta el ejemplar- ella extendió ambas manos, el peso del libro solo necesitaba una, pero la expresión fue muy amable más de lo que la formalidad del asunto lo requería.

Robert tomó el libro, era un libro muy viejo pero muy conservado. No tenia ni una de sus esquinas doblada. En la correspondencia ella había mencionado que había sido donado junto con muchos más, por un erudito de literatura que quiso pasar sus últimos años de vejez  con sus adorados libros en Belén, pero la vida le había jugado una mala pasada. La gente contaba el rumor que de tanto leer había gastado sus ojos.

-Gracias, lo llevaré inmediatamente donde el curador en la ciudad. -desaceleró el tono de su voz- Recibirá noticias mías en tres días- sonrió levemente, algo lo ponía triste de marcharse.

-Está bien espero por ti- Ella lo miro expectativa. Esa mirada y esas palabras lo llevaron a preguntarse sí aquella correspondencia había revuelto también su interior. Toda su mente y su estomago eran lo totalmente opuesto al mar tranquilo con que siempre se comparaba. Sabia que no tendría paz.

– Entonces, con su permiso me retiró, Paula. Ha sido un placer. Una bonita biblio…-

– Librería, de amor no solamente se puede vivir- corrigió ella sin quitar su mirada y su sonrisa. El sonrió con mayor magnitud, en sus mejillas se formaron dos »hoyuelos» que hace mucho no había lucido.

Robert caminaba por el pasillo sin salida, algo nervioso, maldiciendo en su interior cada paso que daba. Pero al salir de este, un sonido placentero empezó a emerger, posteriormente la imagen que se filtraba por la ventana empañada. La claridad de la mañana se había perdido y una orquesta de agua tocaba en las calles, en los árboles, en los perros que desesperados corrían de un lado para otro. El humo que salia entre los almendros luchaba por ascender contra la corriente de agua discontinua. Era hermoso. La suerte si le había cambiado.

-Creo que Belén quiere que me quede esperando por ese café- En ese instante a ambos se le formaron »hoyuelos» en las mejillas, pero ahora había un ligero tono rojo en ellas.