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El maratonista

Te has metido solo en esto, muchacho,
pero tu lentitud nos angustia a todos.
Después de tantos kilómetros, se acabaron tus fuerzas,
pero todavía insistes en llegar a donde ya no importa.
Esto ya no tiene sentido, no abuses
de nuestra piedad: anda a tu casa
y comprende que alcanzarte una esponja con agua
fue lo único que pudimos hacer por ti.

(Pero ama al niño que cree que puede
lanzar su energía como un rayo al centro de tu cuerpo
y a la vieja
que se santigua como si viera pasar un santo lastimado)

Tus piernas son cada vez más pesadas.
Conozco cómo es eso: también sé
lo que es ansiar desesperadamente aire
para durar un poco más.

Al dar la curva encontrarás una calle solitaria.
Cambia el paso allí, disimula tu fracaso y camina
lentamente
pisando las hojas amarillas de la morera
como hago yo cada día, ya libre de toda competencia.

José Watanabe


Encontré este poema en los muchos borradores de mi blog. Recuerdo exactamente la necesidad de conservarlo que tenía en esos momentos… ahora que estoy a punto de terminar un proceso que no salió del todo bien.  Levanto con fuerza esa fatiga recurrente y acumulada que llevo a mis espaldas. Ya por fin podré soltar está carga que tanta vida se me ha llevado.

No es muy frecuente que publique algo que no haya escrito yo. Pero eso pasa con los poemas… algunos se vuelven tan tuyos o simplemente te conviertes en parte de ellos.


La hojarasca

No está terminado y carece de titulo [al menos el provisional no le va bien]. Pero así como esta quería publicarlo espero que les agrade un poco. Viendo las ultimas estadísticas. me aventure a escribir algo un poco diferente a lo que acostumbro.  

El sol se paraba imponente en lo alto del mediodía, él lo miraba filtrarse bajo las raras hojas de un par de árboles de caucho que crecían tímidamente entre muchas ceibas. Su estomago parecía cantar con voz gutural, así que tomó uno pocos sorbos del agua que le quedaba. Hacía demasiado calor que se le hacia difícil pensar, la humedad también era muy alta así que el alivio que le daba las sombras de las copas de hojas era poco. -¿Acaso tenia que conocer ese sendero hecho por los tejones? ¿no podía simplemente creer que los tejones no existen en esta espesa selva y seguir por el camino del mapa?- se preguntaba constantemente. Aquella herida, que no lo dejaba de llamar, interrumpió sus lamentos. Al mirarla veía expuesta la sangre y la carne ya tornada del color de la tierra y solo Dios sabrá  que otras cosas cargará esa gran abertura vertical a lo largo de la pierna. No sabía si había sido una rama o una piedra, el caso es que ya estaba ahí cuando los gritos de una sorpresiva y larga caída habían terminado. Sospechaba también que algún hueso se había comprometido, pero no sabia diferenciar entre el dolor de una fractura al de una herida superficial. Igual el dolor era mucho, tanto como para no poder caminar.

La garganta no le daba más para gritar por auxilio, algunas uñas se habían empezado a desprenderse de tanto arrastrarse. No se había apartado tanto del camino por donde lo guiaba una expedición. Pero ya ese tumulto de turistas ingenuos y distraídos entre las explicaciones del guía se haya alejado de él. En sus intentos de regresar, la ladera húmeda y llena de hojarascas le había jugado varias malas pasadas, deslizándose en muchas ocasiones, recibiendo la tierra orgánica en el rostro como si la misma selva le escupiera. La herida empeoró más, al igual que su suerte.

El hombre yacía en una hojarasca ya no tan espesa. Ahora sentado, dirigía su mirada hacia el batallón de árboles, los cabellos de luz que alcanzaban a tocar el suelo se veían comprometidos fugazmente por grandes aves atravesaban el cielo, podía escucharles pasar.

Se vio obligado a permanecer tranquilo, se había desmayado un par de veces por el dolor que ya había aprendido a lidiar. Revisó su cartera, por esta vez se fumaría con anticipación el cigarrillo que siempre solía prender después de la cena. En momentos como ese, es mejor construir costumbres nuevas así sean fugaces. Encendió su cigarrillo e ingirió una buena cantidad de humo que llegó hasta su estomago. Lo dejó salir lentamente formando figuras, sin embargo algo de tos entorpeció el proceso haciendo más surrealistas las formas de humo que hacia. -Al menos si la selva me traga, ahumemosle un poco la carne- se dijo. Aquellas formas que creaba por leve tiempo funcionaban como espantapájaros para  unos cuantos mosquitos que no lo dejaban en paz.

La noche caía, abundaban una docena de lo que eran cigarrillos a su alrededor. Ya acumulaba 9 horas sembrado en esa hojarasca. Revisó con su magullada mano el cuchillo que colgaba de su cinturón una vez mas, todos los turistas solían compran uno con un bello estuche de cuero tal vez con un par de grabaciones de un aprendiz de peletero, a pesar de que ninguno de esos ingenuos llegaba a hacer uso de ello mas que para quitar la cobertura de alguna fruta o sacarse la mugre de las uñas. Cosa que en los inexpertos no terminaba del todo bien. Harry tenia una diminuta y reciente cicatriz en la punta de uno de sus dedos.

Pensó en ese momento que ya no podría leer aquellos libros que siempre había dejado pendientes por las ocupaciones que mantenía, ni mucho menos empezar a escribir cuando tuviera la suficiente valentía. Había supuesto que después de leer mucho la transición seria más fácil. Pero ahora no podría comprobarlo.

El sonido al desprender el botón que aseguraba el estuche de cuero le producía mucho placer, desnudó el cuchillo y deleitó un poco la vista con él. Vio su rostro distorsionado en el lustroso acero, imaginaba todas la utilidades que tenia un cuchillo para sobrevivir, pero no se detenía en ninguna que le ayudará a salir del critico percance en el que yacía. -Tal vez escape con esto, se me acaban los cigarrillos y no se cuanto más resistiré- sonrió lúgubremente. Pero esa sonrisa que sostenía su cigarrillo se esfumó, sus labios divergieron dejando caer tanto el penúltimo cigarrillo como unas gotas de saliva con nicotina que había acumulado.

Ahí estaba, asomando su cabeza entre una de esas gigantes ceibas. El animal no fue tan cauto, reconoció que se había delatado pero no apartó su mirada. A Harry le temblaba la mano, tuvo ganas de llorar, de decir mil blasfemias y a la vez mil oraciones. Pero sabia que no tenia tiempo, se echó rápidamente una señal en cruz en su rostro que terminó con la carne desnuda de alguno de sus dedos sin uñas besando la piel de su frente. -Espera ahí- le dijo a la criatura – es mejor recibir a la muerte en pie- tenia la esperanza que le entendiera.

Pero el animal se impacientó, hizo un gruñido no tan salvaje, y empezó su carrera agílmente hacia Harry. Este no esperaría a que las fauces de la fiera llegaran para desprender su carne. Alcanzó a observar, con la poca luz que se le permitía, que el animal que venía en embestida no era mas grande que él. Calculó el momento, se abalanzó con la fuerza y torpeza que su pierna herida le permitía. Con el brazo que sujetaba el cuchillo dibujó un arco plateado en el aire, le atinó al cuello. El perro, que tantos años de servicio de rescate acumulaba, no anticipó la situación y solo exclamó un delicado chillido.

-¡Maldita sea! Perro hijo de puta ¿por qué mierda no ladraste?- La sangre de su herida también empezó a fluir para acompañar a la del pobre animal.